La historia de mi himen fue tan misteriosa que, si tuviera que firmar la razón por la que desapareció, no lo tendría nada claro.
Me encantaría afirmar que, la primera vez que tenemos sexo en nuestra vida, es igual que la primera vez que vamos al Aquopolis o a Roma.
Pero todavía existe una gran distinción, ya que la primera sigue anclada en el pasado mediante un concepto que te resultará más que familiar: perder la virginidad.
Y no solo eso, que hasta hace poco, era algo únicamente ligado a las mujeres.
Así que antes de que digas que ya estoy con mi discurso feminista de turno, quejándome de la desigualdad entre unos y otras, te voy a explicar por qué la virginidad es un mito machista.
Pero para eso te tienes que venir conmigo al pasado, concretamente algunos siglos a. C., cuando las sociedades patriarcales de la Antigüedad ligaban la virginidad con el valor de la mujer.
Ya en la Antigua Grecia, el himen era la estrella. Su ruptura simbolizaba el paso de niña virgen a mujer casada y garantizaba al marido que toda la descendencia que ella tuviera iba a ser suya.
En cambio, los mismos coetáneos de esa niña, pero varones, claro, eran animados a seguir sus impulsos desde el principio, yendo incluso a burdeles a tener sus primeras relaciones.
Primero era responsabilidad del padre vigilar que su hija no tuviera ningún tipo de encuentro, una vez conseguido, la dominación de la mujer pasaba a manos del marido. La excusa perfecta para controlar su cuerpo y su deseo, ¿no te parece?
Fíjate si funcionó bien que seguía repitiéndose en la Edad Media (en la novela caballeresca Tirant lo Blanc se refleja a la perfección) e incluso, a día de hoy, muchas culturas siguen comprobando, en ceremonias tradicionales, que el himen siga intacto.
Hay más razones por las que este es un mito machista. Que se centre únicamente en la penetración, sin llegar a considerar pérdida de virginidad otro tipo de prácticas sexuales, deja claro a qué sector de la población le interesa mantener esa idea (al que tiene pene, claro).
Y sí, quizás a día de hoy, en una sociedad desarrollada, nos parece muy lejano lo de perder la virginidad ligado a otra cosa que no sea tener la primera relación sexual (siendo hombre o mujer).
Pero lo cierto es que el mito continúa haciendo estragos. El himen ha escalado alcanzando un nuevo nivel: el de la fetichización.
La joven mujer virgen -tiene que ser joven, otro detalle importante-, es una fantasía sexual andante.
Y para encontrar hombres que encuentran excitante ser el primero, no tenemos que irnos al siglo IV.
Britney Spears al comienzo de su carrera, la subasta de himen de adolescentes en ciertos países o incluso la cantidad de vídeos que hay en cualquier página porno con la etiqueta de “virgen” -incluso cuando se limitan a falsificar la ruptura de la membrana con sangre falsa- hablan por sí solas del peso que sigue teniendo hoy en día la virginidad.
¿Mi conclusión? Que realmente espero que lleguemos a desembarazarnos de esta construcción social que sigue pasando factura (especialmente a las mujeres).
Al final, que arrastremos sin darnos cuenta un concepto tan desigual y desfasado solo provoca presión y ansiedad a la hora de vivir las primeras experiencias sexuales.
Y, en nuestro caso, recordar que somos mucho más que un himen, algo que no controlamos y que puede romperse por cualquier situación.
¿No sería mejor que llegáramos a la conclusión de que no nacemos con ella, sino que la virginidad nos la encasquetan?
Y, sobre todo, ¿por qué hablamos de perderla como si fuera el móvil o la cartera? ¿Por qué descubrir nuestra intimidad con otra persona (del tipo que sea) es algo que se va cuando debería ser una experiencia que ganamos?